Abogado. 

Esta invivible pero insustituible profesión –quien lo probó, lo sabe– está plagada tanto de situaciones difíciles (el primer detenido, la incomprensible falta de medios y ánimos, la Verdad que se queda sin voz…), como de momentos mágicos (el primer juicio, la apelación ganada, la Justicia que se abre lento camino…).

Sin duda, luego de pasar por fastuosas y deshumanizadas firmas internacionales, de haber hecho sociedad con infatigables compañeros de viaje, de haber ejercido de lobo solitario entre molinos de viento, llegar al momento de abrir por vez primera la puerta de tu propio despacho (que es el vuestro) es una suerte que se parece mucho a un renacer con la ilusión y el vértigo recién estrenados.


«Donde pongo la vida pongo el fuego».




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