A MITAD DE CAMINO


La brújula del progreso social –lo que a nuestro juicio se identifica, en esencia, tanto con el innegociable destierro de las desigualdades evitables y la retribución y redistribución justa de recursos, como con la defensa y promoción de valores de democracia real-, parece haberse detenido, tiempo ha, dejándonos abandonados, como se decía en aquella película aparentemente de boxeo, a mitad de camino entre ninguna parte y el olvido.

Así, tanto las concepciones economicistas que otorgan una primacía, sin matices, a los factores económicos sobre cualesquiera otros, como, dentro de aquéllas, las doctrinas neoliberales, han conseguido que nuestro viaje concluya y se detenga, de una vez por todas, en la por ellos anhelada y preconizada estación del fin de la historia.

Los ideales y las teorías económicas que repudian lo que de falaz tiene la fe ciega en un mercado libre que no existe sino en los libros de texto y en los imprecisos modelos matemáticos que realizan genios de la ingeniería, la física o la matemática que un buen día decidieron vender su cerebro a las empresas gestoras de productos financieros, venían siendo condenadas, vehementemente, al destierro de la utopía.

La etimología -origen de las palabras, razón de su existencia, de su significación y de su forma- nos recuerda que “ou” (no) y “topos” (lugar) conforman un “lugar que no existe”, un plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación, tal y como se expresa la Real Academia Española (R.A.E., de ahora en lo que sigue).

Pues bien, cualquier doctrina económica que propusiera “interferencias” –salarios mínimos, derechos sociales, impuestos destinados a redistribuir la riqueza injustamente acumulada en pocas, grandes y visibles manos, etc.- en los bondadosos y libérrimos mercados se reputaba, sin más, como mera fantasía, ensoñación, o simplemente, utopía, castigando a sus seguidores a vagar indefinidamente (como si de una pena mitológica se tratara) en busca de un lugar cuya existencia se negaba de antemano.

Habituados como estaban los “utópicos” a defenderse usando su brújula en búsqueda del camino a ningún lugar, hoy día los portavoces de la ortodoxia, sin embargo, han mutado sus ataques hacia cualquier atisbo de pensamiento distinto y contrario al liberalismo económico predicando de él su carácter de tópico, esto es (según la R.A.E.) su naturaleza de lugar común de fórmula o cliché fijo, de expresión trivial o muy empleada.

Ahora, de acuerdo con los mercados, el problema no está en que se pretenda un discurso irrealizable, no. Ahora el rechazo surge por la ausencia de rigor, por lo vulgar, por lo inane de los planteamientos económicos “de izquierda” –real, no la propuesta por nuestros partidos nacionales que preocupados tan sólo en sí mismos y en las carreras de sus mediocres profesionales de la política, son claro reflejo de aquello de los mismos perros, con distintos collares, neoliberales, claro-, que no habrían de responder sino a lugares comunes simplistas e ingenuos, y que serían incompatibles con las leyes de las finanzas.

Por tanto, ahora la heterodoxia intelectual y económica –que incluye, no se crean, entre sus errantes componentes a varios premios nobel como los profesores Krugman o Stiglitz, amén de centenares de pensadores-, está sin lugar donde guarecerse, ya que o bien no encuentran destino, por utópico, o bien ya hace tiempo que llegaron y del mismo, por tópico, es imposible salir.

Como decían en aquella misma película, sólo en apariencia de boxeo, y que invocábamos al comienzo, en ocasiones para avanzar se hace preciso retroceder. La pérdida de conquistas en derechos, en justicia, en acceso a la cultura, a la educación, al trabajo o a la salud no es irremediable. El fracaso de las apuestas y “soluciones” economicistas neoliberales es el preámbulo necesario e inevitable de nuevas arquitecturas sociales y políticas que están aguardando, con paciencia, a mitad de camino entre ninguna parte… y la esperanza.




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