ASIMETRÍAS

Mi vida se fue a la mierda el día que lo conocí. Se llamaba XXX. El poeta, quién si no.
Con este certero disparo arranca la novela “El soldado Asimétrico” (Berenice. 2017), detonando la deflagración un desigual conflicto, condenado de antemano al fracaso, entre la poesía y la guerra, entre la realidad y el deseo, entre la memoria y la historia, entre la nostalgia y la cobardía, entre el rojo y el azul, entre la virtud y la miseria, entre la belleza y el horror, entre la traición y la decepción, entre la pérdida y el equilibrio.
La vida misma.
De Antonio Manuel, autor de este áspero y desgarrador dulce relato, se pueden decir muchas cosas (profesor de Derecho, músico, activista, escritor) pero no hay persona decente que pueda negar que se trata de alguien, en el buen sentido de la palabra, bueno, sin que la perversa y artificial sombra que trata de proyectar la insidia sobre el creador carbulense pueda apagar la luz de un hombre comprometido con la palabra como arma cargada de futuro, como razón argumentada con emoción.
El soldado asimétrico, como propusiera Marta Sanz en su ensayo “No tan incendiario” (Periférica. 2014) es un texto que duele, que dispara a matar y golpea (en la cabeza, en el pecho, en el vientre) con cada párrafo. Literatura que no se acomoda a la mercantil consigna de “no molestar” y que no trata al lector como a un zombi que arrastra su dedo por la pantalla mientras dormita enredado entre imágenes, lugares comunes o titulares malintencionados.
Como la democracia real –ese régimen político que, de acuerdo con Pasquino, es el más exigente para la ciudadanía-, El soldado asimétrico demanda de quien lo lee el mismo grado de entrega y compromiso del autor con la (buena) literatura, aquella en la que nada es superfluo y en la que cada palabra escrita ha sido previamente pensada, sudada, reflexionada y dolida.
La forma se pone aquí indisolublemente al servicio de la historia y las tres partes del libro -la pérdida, la búsqueda y el equilibrio; acaso las tres fases de la vida- se articulan como un preciso y sólo en apariencia anárquico puzle que, no obstante, se justifica por la propia y caótica peripecia vital del anónimo narrador -que no protagonista-. Un tipo miserable, sin nombre ni pie izquierdo, que, como Cernuda, habla de su tierra, pero también de los nolugares–utopías y distopías- que poblaron su vida, atravesada por todo el asimétrico siglo XX. Nos habla, eso sí, hilvanando retazos zigzagueantes de su memoria que terminan por cobrar pleno sentido al concluir la novela y volver a leerla dando cumplimiento a su precisa, y cuidada hasta la obsesión, arquitectura circular que la convierte en un relato breve pero infinito.
El permanente estado de excepción bélico que se dibuja en El soldado asimétrico deja también espacio para que asistamos a una hermosa y triste historia de amor -prohibido por los fundamentalismos- entre el narrador y un valiente soldado del ejército rojo.
La cobardía es asunto de los hombres no de los amantes, sin embargo, el cínico narrador presume de ser amado y no de ser amante.
Asimetrías. 

La vida misma, que puede ser eterna en cinco minutos.