Ante un sistema judicial kafkiano el error del reo es someterse a sus reglas y tratar de defenderse utilizando los sinuosos cauces de unas normas que sólo llevan a oscuros callejones sin salida.
Por eso, la estrategia judicial en determinados casos pasa -siguiendo las enseñanzas del abogado del terror Jacques VERGÉS quien estudió “La estrategia judicial en los procesos políticos”- por usar las armas de la “defensa de ruptura”, es decir, alejarse de la connivencia con los procedimientos establecidos –que, insistimos, sólo conducen a aporías insolubles- transformando la estructura del proceso de tal suerte que la impugnación total del (des-)orden establecido termina adquiriendo el principal protagonismo: la norma –aquí, en el sentido de lo que es habitual, sin que quepa identificación con la regla que establece un deber ser- queda subvertida.
VERGÉS llega a decir que se trata de una defensa desplegada en un “campo minado”, lo que, finalmente, aboca a tener que apelar a otras normas, otras leyes, otra moral, otra justicia en definitiva. De este modo la sociedad entra contradicción con sus sacrosantos principios legales y no tiene más remedio, siguiendo a LOCKE, que apelar al cielo.
Para articular esta defensa de ruptura frente a lo que no es sino mera “corrupción de ley”, no obstante, se precisa del análisis previo de los procedimientos vigentes, la constatación de su inutilidad para llevarnos hasta resoluciones justas, el desarme de sus anacolutos, y la reposada prudencia sobre los nuevos caminos alternativos para resolver los conflictos abiertos. En resumen, se necesita de reflexión constante, profunda y sólida, lo que resulta una postura cada vez más quimérica en los días líquidos, vanos y erráticos que se suceden en los calendarios que nos toca vivir.
Así, con la celeridad y espectacularidad de un videoclip asistimos absortos a la sucesión de conceptos, términos y preocupaciones apocalípticas (prima de riesgo, déficit estructural, políticas de crecimiento, condicionamientos macroeconómicos, equilibrio presupuestario….) que tratan de encauzar nuestras vidas, de dirigir nuestros pasos y nuestros (cada vez más inanes) pensamientos, pero que mutan a cada instante y con ello alteran nuestra atención que se mueve, desnortada, de uno a otro concepto, término y preocupación tratando de darse una explicación –eso sí, bajo el prisma y las reglas de juego que nos son impuestas- a cada distinto apocalipsis diario que nos azota a cortísimo plazo y que nos impide planificar y desarrollar, sin cargas y gravámenes, nuestra personalidad y nuestra dignidad como ciudadanos libres y capaces. La excepcionalidad se torna en regla general.
Dejarse llevar por estos derroteros intelectuales sólo conduce a la indignación primero y a la abulia democrática después. Por este tortuoso camino –que es el de seguir, sin más, el día a día de periodistas, críticos, políticos, economistas, tertulianos…- sólo tendremos la misma suerte que el malogrado Sr. K en su periplo judicial.
Por tanto, parece que la salida del laberinto se encuentra en la defensa de ruptura, escaparse de la supuesta necesidad y cientificidad de la normalidad establecida que impone la metonimia vital de alterar la naturaleza instrumental de la economía respecto de la política, reduciendo ésta a mero adminículo de aquélla.
Abogar por otras –verdaderas- justicias, por otras economías en las que se postergue o se elimine la especulación por la especulación, en favor de la provisión y reparto equitativo de los bienes y servicios entre todos los ciudadanos a fin de, siguiendo a SEN y NUSSBAUM, lograr que cada persona cuente con el umbral de capacidades necesarias y suficientes para elegir, libremente, el ser y el hacer que mejor se adapte a su intrínseca e inalienable dignidad, en pos del desarrollo humano, que no del normal crecimiento económico entendido como mero índice numérico que en nada tiene por qué respetar los más elementales principios de justicia social, verdadero fin de todo buen gobierno de hombres y mujeres.