“Todo vuelve a empezar y nada hay nuevo bajo el sol; el hombre no cambia aún cuando cambien sus hábitos y las palabras de su lengua. Los hombres revolotean alrededor de la mentira como las moscas alrededor de un panal del miel…”
(SINUHÉ EL EGIPCIO)
Como en los cursos escolares, los años judiciales o los ejercicios fiscales anglosajones, el verano se resiste a quedarse hasta el 21 de septiembre y huye, sin preaviso, cada 31 de agosto, dejándonos a medio camino entre el reposado recuerdo de unos efímeros días eternos y los apenas esbozados planes para unos meses que se antojan llenos de causas, azares y luchas.
Así, en este desconcierto fruto del fin de un verano cargado de lecturas solapadas e inacabados proyectos, sobreviene un otoño con la promesa de excitantes publicaciones con las que sobrellevar el peso de nuestra insoportable levedad.
Una de ellas es, sin duda, la aparición en nuestra lengua y gracias a la editorial Fondo de Cultura Económica del ya clásico (a pesar de tener apenas un año de vida) “El capital en el Siglo XXI”, del economista francés Thomas Piketty. Una obra científica en la que el profesor de la École des Hautes Études en Sciencies Sociales de París, sustenta, con un detallado y concienzudo análisis histórico y geográfico, que estamos sufriendo un pronunciado aumento de la desigualdad, recalcando el contraste entre el lento crecimiento de los ingresos de la mayoría de la población y el espectacular ascenso de las rentas de las clases altas.
Se trata de un libro que, en palabras del premio nobel Paul Krugman, echa por tierra el más preciado de los mitos conservadores: “el empeño en que vivimos en una meritocracia en la que las grandes fortunas se ganan y son merecidas”. El capitalismo genera automáticamente desigualdades arbitrarias e insostenibles que dañan radicalmente los valores meritocráticos sobre los que se asientan las sociedades democráticas.
En este sentido, expone Piketty, «la gran crisis de 1914-1945, con la destrucción de capital por la inflación, las dos guerras mundiales y la Gran Depresión, sumadas a cambios institucionales como la creación del Estado de Bienestar, revirtieron un poco el proceso de desigualdad que veníamos experimentando desde el siglo XIX”, no obstante, “con la caída del Muro de Berlín y el auge del neoliberalismo, las aguas volvieron presumiblemente a su cauce”.
Otra lectura que llevamos esperando demasiado tiempo y que por fin aparecerá este repentino otoño, es el nuevo libro de la periodista canadiense Naomi Klein, autora de la bíblica y generacional “NO LOGO”, así como de la desalentadoramente imprescindible “La doctrina del Shock, el auge del capitalismo del desastre”.
Se trata de un libro, titulado “This Changes Everything”, que se ocupa de la relación entre el cambio climático y el capitalismo desbocado que nos toca padecer.
Precisamente de Naomi Klein he podido disfrutar este verano al releer su libro recopilatorio de artículos “Vallas y ventanas” en donde se encuentra un curioso análisis de la apuesta que Estados Unidos hizo en 2002 por potenciar algo llamado “la marca USA”, confiando en profesionales privados (en un nuevo ejercicio de desprecio a la eficiencia pública) para llevar su buen nombre alrededor del mundo.
En el artículo “América no es una hamburguesa”, Klein afirma que el afán por mejorar la imagen o la apariencia de un país no tiene por qué coincidir con la voluntad de mejorar su verdadera situación o su relación con terceros. Es más, critica la autora, una marca es un mensaje creado y unidireccional que choca frontalmente con la riqueza de la diversidad humana. Una marca teme el mensaje improvisado de la plaza pública y no acepta el debate ni el pluralismo democrático. Una marca, en definitiva, busca la unicidad que permite simplificar la venta, sin embargo la diversidad de la ciudadanía celebra la diferencia y la complejidad fruto de la dignidad humana y sus infinitos planes de vida.
Como sabemos, años después, España (que no aprende la lección) terminaría apostando por su propia (y fatua) “marca comercial”.
Todo es mercado. El verano que se acaba y no hay nada nuevo bajo el sol.