Hay libros que, como le ocurre a determinadas personas, cuando llegan a tu vida sabes que lo hacen para quedarse. Te acompañan a cada instante, aunque te incomoden a ratos. Te hacen tantas preguntas como dudas te dejan sin resolver. Te abren caminos que conducen a lugares alejados de la tranquilidad de una existencia sosegada o superficial.
Calle Este-Oeste(Anagrama. 2017), del abogado y profesor Philippe Sands es uno de esos libros. Se trata de un excepcional ejercicio de historia, memoria y justicia. Un ajuste de cuentas con los acontecimientos que conocemos por haberlos leído y escuchado tantas veces -el auge del nazismo, su rimbombante simbología, la Europa ocupada, el pacto Ribbentrop-Molotov, la solución final o el primer juicio de Núremberg- y con las historias personales de gente de carne y hueso que vivió, padeció y murió durante uno de los periodos más tristes del trágico siglo XX.
Sands aprovecha una coincidencia familiar (el lugar de nacimiento de su abuelo materno, Leon Buchholz) para pasear al lector por las laberínticas calles y las sinuosas vidas de Lviv, ciudad hoy ucraniana y que en la primera mitad del siglo pasado cambió de nombre (Lemberg, Lwów, Lvov, Lviv) en tantas e incontables ocasiones como cambiaron de nacionalidad sus habitantes (Imperio austro-húngaro, Polonia, Rusia, Ucrania) y es que en Lviv también vivió y estudió Hersch Lauterpacht, catedrático de derecho internacional, y quien desde el exilio, cimentó un concepto que formaría parte, en 1945, de una de las acusaciones formales contra la cúpula nazi en Núremberg: crímenes contra la humanidad.
Lauterpacht reflexionó a partir de un extremo que consideró incuestionable: ningún estado puede someter, torturar o asesinar impunemente a sus habitantes, escudándose en su soberanía. Con esta premisa, el profesor de derecho de Cambridge defendió la existencia de innegables derechos humanos pertenecientes a toda persona. Garantías jurídicas frente a la sinrazón de los regímenes totalitarios. Protección de determinados derechos más allá de la esfera estatal o nacional.
Pero Sands hilvana una nueva casualidad: en la misma universidad de Lviv donde estudió derecho Lauterpacht, también cursaría la carrera jurídica unos años después Rafael Lemkin, fiscal, abogado y profesor universitario que, debido a su condición de judío, se vio obligado a huir de una hostil Europa portando en una gruesa maleta, decretos y normas jurídicas dictadas por el Reich. Un preciso y macabro aparato legal, formalmente válido, de cuyo meticuloso y detallado estudio pudo extraer el material bastante que avalaría su tesis de que se estaba cometiendo un delito que aún no tenía nombre, pero que el profesor Lemkin bautizó como «genocidio».
Así pues, convergen en Lviv, la ciudad de las fronteras difusas como la llamó Joseph Roth, en un mismo tiempo, los artífices tanto de la tutela internacional de los individuos como de la defensa internacional de los crímenes cometidos contra colectivos y grupos de personas. Es pues aquí, en el corazón de Europa -en el punto medio imaginario que une Riga y Atenas, Praga y Kiev, Moscú y Venecia– en esta encrucijada, donde comienza a levantarse mucho del andamiaje jurídico que, luego de Núremberg, Tokio o la antigua Yugoslavia, daría lugar a la Corte Penal Internacional.
Por las deliciosas páginas de Calle Este-Oeste también desfilan, entrelazadas, decenas de vidas de personas anónimas u olvidadas, aquellas y aquellos que, como en el poema de Brecht, no aparecen en los manuales de historia y sólo están en la cabeza y el corazón de los obreros que leen.
Escrito con una claridad que sirve para sumar aún más atractivos al rigor de su contenido y a la titánica labor de documentación que ha sido necesaria para su elaboración, el libro, que en ocasiones recuerda al estilo del añorado Tony Judt, discurre pues entre la romántica labor investigadora del autor por conocer la peripecia vital de su abuelo, su madre y otros familiares que se vieron atrapados dentro del Gobierno General de la Polonia ocupada (a cuyo mando quedó Hans Frank, un destacado abogado, amigo personal de Hitler, finalmente juzgado en Núremberg) y la forense reconstrucción de un trozo de nuestra historia común en la que, de las cenizas de la degradación de la dignidad humana afloró la esperanza basada en un verdadero derecho sustantivo, una carta de triunfo frente a la hueca retórica legal disfrazada de macabro e injusto imperio de la ley.
Calle Este-Oeste se parece a un mapa que transita desde la barbarie a la constatación de que la ley tiene que ser justa para ser verdadera ley. Una defensa de la memoria y el recuerdo. Un alegato por los Derechos Humanos. Una vez más, el derecho como arma cargada de futuro.