LAS ÍTACAS

Dice el poeta que cuando emprendas tu viaje a Ítaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias.
Resulta fácil ahora recordar los hermosos versos de Kavafis, que se tornan en la cartografía de muchas vidas que discurren entre “cíclopes” (aquellos con estrecheces de miras),  “poseidones coléricos” (quienes ejercen desbocadamente un poder inmerecido), “emporios de Fenicia” (recordando, eso sí, al otro poeta, aquél que nos advertía de la necedad de confundir valor y precio) o “ciudades egipcias plagadas de sabios” (quienes, alejándose del ruido, aúnan emoción inteligente, con razón sentimental: neuronas y piel).
Los mapas de nuestros días se dibujan según la brújula que nos brindan las famosas palabras del poeta griego –pueblo que no ha mercadeado son sus principales regalos: la filosofía, la democracia, la tragedia…-, con la esperanza del viaje (que es camino y destino), siempre preferible a la posada, si hemos de hacer caso a Cervantes.
Finalmente, nos emplaza el poema a atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto se gana en el camino y que, sobre todo, se circunscribe en todos aquellos a quienes conoces y con quienes compartes o discrepas sobre causas, azares, luchas o alienaciones –sic- de fútbol.
Hace un tiempo recalé en esta casa, una parada en la que, entre asuntos penales, los días han transcurrido velozmente, rodeado de compañeras y compañeros que se afanan en la lucha por el derecho, con una entrega no despojada de renuncias y sacrificios que asemejan a un moderno Sísifo, un mito trágico en el que el día y la noche se llegan a entrelazar y confundir por un esfuerzo de titanes, un trabajo exigente e intenso que corre el riesgo de volvernos unidimensionales, como aquel vaticinio de Marcuse.
Pues bien, esta introducción –paradójicamente más extensa que lo que ahora viene- pudiera servir no sólo como despedida, sino también como premisa para constatar una simpleza: al derecho, como ciencia que trata de lo humano, no le es dable dejar de ser una práctica humanista, desarrollada por quienes, también, ponen al hombre, a la mujer, como centro y medida de todas las cosas. Por eso, como lo accesorio sigue a lo principal, debieran poder cultivarse las infinitas posibilidades y capacidades humanas (desde el arte a nuestras relaciones con los demás, desde la física a la papiroflexia, desde el negocio al ocio) sin quedar desdeñadas por una perversa accesión invertida que, a la postre, determina que la persona persigue a la profesión.
Eso sí, que cada cual elija (o cíclope, o Poseidón, o comerciante fenicio, o sabio egipcio), si por algo es valioso el camino es por la riqueza de oportunidades que ofrece. El viaje, que es maravilloso conocimiento, ¿acaso no es más admirable y provechoso que el mero tránsito, como turistas, por nuestros días?
Por todo, ha llegado mi momento de, una vez más, reanudar el camino: son las Ítacas –las pasadas y las que vendrán- las que bridan tan hermoso viaje. No te engañan. Sirven para ir ganando experiencias que son sinónimo de vivir una vida. Y de aquí, como es de ley, me llevo lo mejor, pues sólo con el peso ligero de lo bueno conviene pertrecharse para las largas jornadas de los días que nos tocan.
Las promesas que se hacen y los sueños que resultan de ellas no siempre tienen por qué coincidir, pero eso ya lo sabéis…
Cada derecho encierra una correlativa obligación. Sampedro trató de enseñarnos que junto al derecho a la vida, tenemos el deber de vivirla.
Caminemos.
[Carta de depedida remitida a una prestigiosa firma legal en mayo de 2013]