Varias circunstancias azarosas han terminado llevando a mis manos un libro sobre el nuevo regeneracionismo en nuestro país. Se trata de “El dilema de España”, del Profesor de la London School of Economics, Luis Garicano.
La vocación abiertamente liberal en lo económico (hay un capítulo dedicado, sin ambages, a un mayor mercado frente a un menor estado), en nada es óbice para poder estar de acuerdo en sus acertadas críticas a determinadas perversiones que nos ha tocado padecer en este país nuestro de “triste historia”, como nos cantara el poeta Gil de Biedma. En concreto, el capitalismo castizo (de palco de estadio de fútbol, de oscuros despachos de concejales y diputados, de incentivos obscenos en favor de una suerte de nepotismo desilustrado), las instituciones plagadas de élites extractivas dudosamente formadas o la progresiva decadencia de una educación cada vez más insuficiente para una ciudadanía arrojada a un mundo complejo y cambiante, ante el que se siente inerme por no poder darse un relato que sirva para explicarse aquello que le toca vivir.
Como decía, podemos estar, al menos parcialmente, de acuerdo con determinado diagnóstico, sin embargo sus propuestas resultan desconcertantes y resulta difícil abrazarlas.
Así, tras una primera lectura, las premisas sobre las que el Profesor Garicano (asiduo columnista del diario EL PAÍS, así como colaborador del célebre blog “Nada es Gratis”) pueden resultar sugerentes: recompensa para los mejores, premio al esfuerzo, apuesta por una educación superior con estancias en universidades extranjeras, eliminación de unas oligarquías corruptas e ineficaces, etc.
Sin embargo, al detenernos en las páginas con mayor reposo, fácilmente puede advertirse cómo el perfil ideal que nos propone y nos dibuja el autor se asemeja, como una gota de agua, a su propia carrera profesional y vital, como también a la de sus colegas, profusamente citados en su libro y también colaboradores del citado blog económico.
Del mismo modo, las recetas que se proponen se articulan en cada capítulo como si se trataran del fruto de una evidente e unívoca lógica necesaria. Una ley física. No se abre la discusión a posibles alternativas, de tal modo que, entrelíneas podemos leer que la ciencia económica es una y única, sin resquicio para la crítica, pues resulta impensable estar en desacuerdo con lo meridiano, con lo que es de una determinada forma y sólo de esa puede serlo.
Así las cosas, ésta por otro lado gozosa lectura (no pongo en desvalor la amenidad del libro, la corrección de los datos que maneja o, por otro lado, el análisis de determinados padecimientos de nuestro país) encierra una doble trampa:
De un lado, el liberalismo económico no admite la diversidad doctrinal en su materia. No se abre a posibles explicaciones alternativas, y se comporta, falazmente, como si de una ciencia exacta se tratara, articulando modelos matemáticos que toman como presupuesto a un individuo perfectamente racional y celoso de su propio interés, que, por suerte o desgracia, no se asemeja a nuestros vecinos. Además, se nos presenta como una ciencia sin ideología. (Son las matemáticas, estúpido, titulaba un artículo el Profesor Garicano en EL PAÍS el pasado 13 de noviembre de 2012, como si sus afirmaciones fueran pulcros y asépticos axiomas pitagóricos)
De otro lado, se trata de un sistema despiadado con quien o no puede o no quiere esforzarse, quien no tiene talento, quien entre su “lotería genética” (según Rawls) no cuenta con la tendencia a la ambición, quien prefiere dedicar su proyecto vital a cuestiones poco o nada útiles en términos estrictamente económicos (pequeño inciso: lean “La utilidad de lo inútil” del Profeso italiano Nuccio Ordine), o simplemente, quien tuvo mala fortuna o tomó lamentables decisiones.