Hace algunos años, con ocasión de la entrega de un (más cuantioso económicamente que prestigioso) premio literario, el escritor Juan Marsé se refería a la autora ganadora como alguien a quien le interesaba más la vida literaria que la propia literatura.
Esta sutil distinción puede resultar útil para otras tantas facetas de la vida en las que la preeminencia de lo accesorio, lo anecdótico o lo circunstancial termina suponiendo una devaluación de lo verdaderamente importante.
En los juegos de manos, el prestidigitador trata de desviar la atención de su público, llevando su mirada hacia un lugar distinto a aquél en el que el truco se está llevando a cabo. Los trileros siguen el mismo y tramposo patrón.
La radio, la televisión, la prensa o esa amalgama informe que son «las redes sociales» se alimentan y retroalimentan con la vida política, o mejor, las miserias, tactismos, chismorreos, servidumbres, desencuentros, alianzas, griteríos y necedades del día a día de los partidos políticos. Ni rastro de la Política (la gobernanza, la garantía de los derechos y libertades fundamentales, el respeto por la dignidad humana o la construcción de arquitecturas sociales más justas) que permanece ajena a nuestra atención, lejos de los focos mediáticos, en las sombras, allí donde se realizan los trucos.
Nos hemos acostumbrado a escuchar altisonantes y agrios monólogos (nada que ver con la primorosa seducción del diálogo) que resultan estériles y que, como si de una salsa rosa de la vida política se tratase, sólo contribuyen a la opinión y al cotilleo, en detrimento de la reflexión y la crítica sobre la cosa común.
El historiador Eric Hobsbawm afirmaba que la Democracia (también, podríamos decir, la Política) se ha convertido en una de esas palabras de algodón que está en boca de todo el mundo, pero que nadie sabe qué significa.
Así, uno de de los retos que deberíamos asumir es distinguir la paja del grano, repensando el concepto de una verdadera ciudadanía política que se ocupe, justamente, de lo público, no de la melodramática e impostada vida y pasión de los y las políticas.
En el desempeño de esta difícil tarea de ejercer la ciudadanía cabe, por ejemplo, preguntarse sobre el alcance que hoy día tiene nuestro poder sobre el gobierno. La respuesta (si nos conformamos a quedarnos dentro del juego de naipes que nos imponen los tahúres de la política y sus voceros) es que resulta cada vez menor.
El mismo Hobsbawm aseguraba que «la participación en el mercado ha sustituido a la participación en la política«, de tal suerte que la cómoda soberanía del consumidor (pasivo frente a la oferta y la demanda) ha suplantado a la incómoda soberanía del ciudadano (activo frente a la injusticia).
Por demás, el solo hecho de vivir en un país que tiene elecciones bi/multipartidistas no genera automática y mágicamente una ciudadanía política. En consecuencia, tenemos que esforzarnos por considerar todo el problema de la Democracia, de la Política, del Buen Gobierno (así, con mayúsculas), obviando las bagatelas de la farándula de la vida política (en minúscula).
Uno de nuestros desafíos ciudadanos pasa por discernir, entre el ruido y la furia, dónde está el truco, sin dejarnos engañar mientras no dejan de preguntarnos, incansablemente, dónde está la maldita bolita.