PURO RELATO

En la película de los hermanos Coen “El hombre que nunca estuvo allí” el abogado defensor esgrime una kafkiana y enloquecida estrategia sofística y le propone al jurado que no atienda a los hechos, sino al sentido de los hechos, para luego concluir que los hechos no tienen sentido.
Necesitamos dotar de significado a la incertidumbre y al caos y para eso nos valemos de la palabra, del relato.
En su última novela (“La mirada de los peces”), Sergio del Molino explica que las causas y las consecuencias, y los planteamientos, nudos y desenlaces, son construcciones literarias, de tal suerte que nuestras vidas, compuestas por un montón de sucesos, sólo se explican mediante el azar aunque somos nosotros, animales narrativos, quienes le damos forma y significado. Concluyendo que la vida se vuelve insoportable si no se pone en forma de novela”.
Somos animales narrativos, cierto. Pero también, como sabe todo hijo de vecino, somos seres políticos y nos mostramos satisfechos al sabernos animales ciudadanos, cívicos o sociales, de tal modo que sólo podemos llegar a ser verdaderos hombres o mujeres en tanto que contamos con la capacidad de reconocernos en el rostro de los demás, viviendo juntos, entrelazando concertadamente nuestras desordenadas diferencias, resultando que la política -el recto y decente gobierno de la vida en común- sería la manera que hemos encontrado para andar juntos ese camino.
Sin embargo, con demasiada facilidad y sin mucha resistencia, dócil y acomodadamente, nos hemos terminado acostumbrando a dejar de exigirnos que la política se sustente en el diálogo (institucional y también ciudadano) y nos conformamos con asistir a un espectáculo permanente en el que las diversas fuerzas o grupos políticos se afanan por ganar su particular lucha por el relato, algo así como una disputa constante con el único fin de persuadir a la ciudadanía, haciendo literatura (planteamiento, nudo y desenlace) de lo que en no pocos casos es mero capricho, miserable propósito o abyecto deseo.
La política habría dejado de ser por tanto el precario juego de dudas y certezas provisionales que nos permite, mal que bien, participar efectivamente en la organización de nuestro día a día. Habría dejado de ser, igualmente, el arte de lo posible para quedar reducida a forma sola, a un mero ejercicio de charlatanería y guerra de guerrillas retórica que cava sus trincheras a golpe de tuit, eslogan o titular, mercenarios dialécticos que cuentan con nuestro olvido, nuestro odio y nuestra ignorancia como principales aliados.
El relato implica narración, contar, hablar. Y se habla, se habla mucho. Se tiene que hablar más que el otro. Hay que dar sentido al sinsentido de los erráticos y desbocados poderes salvajes. Se trata ya sólo de cautivar, de contar, de narrar, de relatar, de imponer un punto de vista, de hacer comulgar con ruedas de molino, de retorcer o esconder la realidad de las cosas tras el sagrado manto de las palabras. Y se habla de escenarios posibles, pantallas superadas, espectáculo parlamentario o actores civiles. Puro teatro. Mala literatura. Best sellers de saldo.
En “La promesa de la política”, Hannah Arendt nos advierte que debemos de discernir entre la dialéctica como arte del discurso filosófico y por tanto encaminado a la búsqueda de la verdad, y la retórica o la persuasión, es decir, el arte del discurso.
La persuasión no se gesta necesariamente en la verdad, proviene de la opinión y tiene como fin imponer a un grupo de personas el parecer particular de uno o unos pocos, de tal suerte que la persuasión puede llegar a ser no una forma de gobierno opuesta a la violencia, sino una forma, sutil y delicada, de aquélla. 
Por eso dialogar no es lo mismo que sumar una sorda concatenación de monólogos interesados. Por eso hay que estar dispuesto a escuchar, a dejarse convencer por la opinión diferente del otro en la búsqueda necesaria de un territorio común, pues como sugiere Emilio Lledó, es navegando entre las ideas ajenas como nos hacemos una idea cabal del mundo. 
Más a más cuando, huérfanos de verdadera y decente vida política, sólo nos queda elegir entre abandonarnos al naufragio o apostar por la confección dialogada y conjunta de una historia compartida. 

Golpe a golpe. Verso a verso.


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