Septiembre me pareció siempre un mes lleno de apariencias.
Como en los cuentos (“érase una vez”) pretendemos iniciar un nuevo relato de nuestras vidas, con mejores propósitos, con nuevas aspiraciones, sin más aplazamientos ni demoras, con girones de sueños a los que agarrarnos para no caer al vacío.
Sin embargo, igual que septiembre ya no es verdadero verano (aunque el calendario se ofusque en tratar de convencernos de lo contrario), tampoco, en realidad, viene acompañado de nada novedoso. Se trata, una vez despejada la bruma de la apariencia, de una constante vuelta a un mismo comienzo, (el “c´era una volta” italiano) un perpetuo retorno a una misma casilla de salida.
Como un moderno Sísifo, como si estuviéramos atrapados en el mítico “día la marmota”, cada septiembre recomenzamos un camino que se manifiesta como dispar e incomparable pero que, tras los fuegos artificiales, encierra una laberíntica espiral que hace inútil el deseo de avanzar. Así, la vida se asemeja más al tablero, cerrado y circular, de un juego de mesa que a una historia aún por escribir.
Y vencido, resulta cómodo bajar los brazos y resignarse a que, por mucho que uno se esfuerce, las cosas son como son, haciendo inútil cualquier intento por cambiar los días que están prontos a venir y que tanto se asemejan a los que acabamos de dejar atrás.
Con esta pesimista premisa, cada septiembre resulta más arduo dejarse engañar por la, ficticia, promesa que encierra el nuevo curso, insinuando futuras utopías en las que la presente sinrazón no tenga cabida. Pero, como decía, es sólo eso, un maravilloso artificio que nada tiene que ver con la verdad.
Y la verdad que nos ha tocado pasa por “la anécdota” (por favor, subráyese la ironía) de quienes siguen pensando que una mujer no debe dirigir un equipo deportivo masculino, por los periódicos que edulcoran y ensalzan la figura de un banquero que le prestó (mucho) dinero, por las mezquinas luchas electorales (que permiten desdecirse de unos principios que, como nos enseñó el marxista Groucho, son susceptibles de acomodo a los gustos del consumidor), por las candidaturas llenas de naderías, por las podridas instituciones y por quienes, habiendo contribuido a su corrupción y decrepitud, ahora enarbolan una (huera) lucha por la regeneración sin explicar qué hacen siendo partícipes de una democracia degenerada, por una televisión que sigue empeñada en tomarnos por (y tornarnos en) idiotas, por un miedo a la vida que atenaza a la ciudadanía.
Pero bueno, voy a terminar desdiciéndome, en parte. Como proyecto para este septiembre, propongo que no quepa otra que dejarse embaucar por las simuladas promesas de septiembre, lanzarse y mancharse las manos con la vida. Urge cualquier otro mundo posible, más emocionante y humanizado.
Razón y piel.