Un clásico ejemplo de dogmática penal (para explicar figuras como la defensa propia o el estado de necesidad disculpante) es el conocido como “tabla de Carneades”, basado en el dilema ético planteado por Carneades de Cirene.
En el famoso experimento mental del filósofo griego, nos encontramos con dos náufragos que, en alta mar, consiguen asirse a una pequeña tabla de madera que sólo puede aguantar el peso de una persona. Sin duda, sería admirable que cualquiera de los marineros naufragados se soltara permitiendo que su compañero salvara la vida, pero en las facultades de Derecho se enseña que como quiera que la ley no puede exigir conductas heroicas, para el caso de que uno de los náufragos golpeara al otro con el objetivo de no ahogarse y salvar su vida, el conflicto entre dos bienes jurídicos de igual valor (la vida humana) y la imposibilidad de exigir otra conducta, deberían determinar una eventual sentencia absolutoria para el marinero que salvó su vida.
Según el D.R.A.E. el héroe (o la heroína) es la persona que se distingue por haber “realizado una hazaña extraordinaria, especialmente si requiere mucho valor”. Resulta difícil discutir el halo romántico (Ulises, Antígona, la canción del pirata…) que envuelve a la figura del héroe. Ideales como la libertad, la independencia, la determinación, la audacia, la astucia o el coraje se asocian comúnmente a los muchos héroes y heroínas que en el mundo (y en la literatura y en el cine) han sido.
Sin embargo, cabe cuestionarse si en las sociedades jurídicamente organizadas y cuya virtud principal sea la Justicia (Ralws) la aparición del héroe no sería sino el resultado de una patología, y ello porque el normal y ordinario desenvolvimiento de los derechos de la ciudadanía no debería requerir de acciones o gestas extraordinarias.
Así las cosas, en determinados contextos, promover ideales heroicos –eso sí, debidamente customizados según las preferencias del mercado- se puede convertir en una herramienta paradójicamente conservadora o reaccionaria pues arrojaría a cada cual a, sin posibilidad de elección, tener que plantearse su vida como una perpetua sucesión de proezas excepcionales, insólitos emprendimientos o constantes incertidumbres. La vida se tornaría de este modo en una suerte de mito de Sísifo en el que cada día se desarrollaría una nueva lucha por conquistar lo perdido la noche anterior. Vida líquida.
Como prosaico ejemplo, puede servir la apuesta empresarial por confeccionar y liquidar lo que se conoce como “plantillas líquidas” en las que se contratan a profesionales freelance para trabajar en fugaces proyectos concretos que, una vez concluidos, les permitan quedar de nuevo libres para poder elegir con flexibilidad en qué nueva aventura empresarial enrolarse en orden a seguir desarrollando sus actitudes profesionales y añadiendo valor a su marca personal.
Como se aprecia, todo un arsenal teórico y propagandístico (desde las páginas salmón de los periódicos hasta los libros de autoayuda) trufado de una terminología que trata de ensalzar la mística de la heroicidad se pone al servicio de un azaroso mercado laboral en el que, parafraseando a Sartre, toda persona estaría condenada a ser un héroe.
Esta artificial y sucedánea épica de la vida heroica (que paralelamente desacredita otras opciones vitales a las que tilda de acomodadas, aburridas o conservadoras), sin embargo, encubre la imposibilidad de elegir el proyecto de vida que cada cual quiera vivir, enmascara la liquidación de la seguridad social, y certifica la derogación del derecho a elegir una apacible -lo que no es sinónimo de irresponsable o falta de compromiso- vida laboral sin sobresaltos. La ficción de la libertad del héroe, en realidad, no sería sino una imposibilidad de elegir. Como lúcidamente razonaba el tristemente desaparecido Gerald Cohen, una cosa es que el mercado se haya convertido en una ruleta de casino y otra muy distinta es que todos estemos forzados irremediablemente a jugar, incluso sin desearlo.
Por contra, la Constitución Española, en su bellísimo e innegociable artículo 10 afirma que el fundamento del orden político y de la paz social pasa por el libre desarrollo de la personalidad (que cada cual pueda optar por el proyecto de vida que desee) por la dignidad de la persona (su derecho a caminar erguido), por los derechos inviolables que le son inherentes o por el respeto a la ley y a los derechos de los demás.
El Derecho no quiere héroes, sino personas.