ALEGORÍA DEL GOBIERNO VACÍO

En la Sala dei Nove del Palazzo Pubblico de Siena se pueden apreciar unos frescos pintados por Ambroglio Lorenzetti alrededor de 1339 y que, como propone el politólogo David Miller, son toda una clase magistral sobre Filosofía Política: “La Alegoría del Buen y del Mal gobierno”.
La primera y más elemental lección que uno aprende al contemplar esta bellísima obra es que el gobierno no es un fin en sí mismo, pues hay gobiernos bondadosos y otros perniciosos, de ahí que la ciudadanía no agote su participación política en la simple elección de un gobernante sin más, sino que debe velar por tener uno bueno.
Esta premisa basal de la teoría política parece estratégicamente desoída por las distintas -y en apariencia divergentes- fuerzas políticas de nuestro país quienes en las últimas semanas han dedicado todo su arsenal propagandístico –con especial mención a la apelación al miedo- a persuadirnos sobre la necesidad de tener un gobierno, el que sea, como si la dicotomía entre el buen y el mal gobernante fuera sólo cosa del pasado, de los tratados de ciencia política o de los bellas pinturas murales de Siena.
La deliciosa lectura de LA HISTORIA FALSA Y OTROS ESCRITOS (ed. Capitan Swing) del Catedrático de Filología Clásica de la Universidad de Bari Luciano Canfora puede ayudar, en lo que ahora nos ocupa, para salir de la perplejidad del espectáculo político o para, más modestamente, tratar de desentrañar algunas de las claves precisas para comprender las causas y motivos por las que asistimos con estupor a la investidura del Presidente Rajoy, bendecida por la decepcionante postura parlamentaria de un PSOE descosido tras una cruenta y mediática batalla interna.
Especialmente pertinentes resultan las páginas que el profesor italiano dedica al análisis de lo que denomina “partido único articulado”, concepto que desarrolla en diálogo abierto con las previas ideas de otros pensadores como Benedetto Croce o Antonio Gramsci, y que resume en esta inquietante afirmación: la “experiencia muestra que el partido que gobierna o desgobierna es siempre uno solo. Y tiene el consenso de todos los demás que fingen oponerse”.
Canfora explica que esta situación política unitaria se alcanza mediante dos procesos opuestos que, no obstante, terminan en el mismo punto: o bien los grandes partidos tradicionales se fraccionan, creando nuevos partidos figurada o formalmente distintos (¿PP/C´s?); o bien partidos que en el teatro político se mueven en posiciones retóricamente antagónicas, se acercan desde sus puntos de partida lejanos uniéndose “en nombre de la cohesión” (¿PP/PSOE?).
Consecuentemente los movimientos políticos son sólo teóricamente centrífugos o centrípetos de tal modo que, en puridad, responden a una “fuerza directriz” única que trasciende las siglas comerciales de los partidos y sus facilones eslóganes y que se sitúa más allá de ellos, en un estadio superior.
Es más, Canfora afirma que la citada “fuerza directriz” habría trascendido en estos tiempos más allá de las fronteras estatales, “deslocalizándose”, volviéndose “intangible, protegida y totalitaria en sus directivas y decisiones” y con la capacidad de “colocar al frente de los Estados nacionales subalternos directamente a sus funcionarios, evitando el engorroso problema de la conquista del consenso y del esfuerzo “electoral”.
Se entiende de este modo que las patrióticas llamadas a la responsabilidad, al sentido de estado, al mal menor, a la prudencia, a la seriedad, a la evitación de otras elecciones o al mero sentido común con la que los medios (de derecha a, aparente, izquierda) nos han venido bombardeando impenitentemente suponen una evidente manifestación de la gramsciana “unidad orgánica pero articulada en partidos distintos” sobre la que el filósofo sardo pensaba cuando aludía al “pluripartidismo puramente epidérmico” como el que se ha demostrado que tenemos en nuestro país en este más pragmático que traumático tránsito desde el aparente bipartidismo al gobierno de un solo bloque parlamentario, que sería uno y trino.
Octubre pasa ya a ser nuestro mes de la contrarrevolución. Olvidada la primera lección de Lorenzetti ya tenemos gobierno. Eso sí, gobierno a secas.