En uno de los muchos diálogos brillantes y premonitorios de Los Simpson, Marge le dice a su marido, mientras ambos contemplan narcotizada y apaciblemente la televisión: «(la) Fox se convirtió en canal porno tan gradualmente que no me di cuenta».
Esta lapidaria afirmación (a todo se acostumbra uno) bien podría resumir uno de los temores que preocupan al historiador e intelectual Timothy Snyder en su urgente, necesario y sugerente último libro: Sobre la tiranía: veinte lecciones que aprender del Siglo XX (Galaxia Gutemberg, 2017).
Se trata de una obra que se lee de un tirón y que, sin embargo, se debe digerir poco a poco, reposadamente, ya que la inaplazable reflexión sobre sus lecciones requiere de la cochura de la que carece el apresurado y artificial ritmo de vida que llevamos.
“La historia no se repite, pero sí alecciona”, esa afirmación, que abre el libro de Snyder, condensa la tesis del pensador norteamericano y es que, en sus propias palabras: “cuando el orden político parece amenazado, nuestra ventaja es que podemos aprender de las experiencias vividas para impedir el avance de la tiranía”.
Esta valoración positiva de la historia (no en vano Snyder es considerado hijo intelectual del historiador tristemente desaparecido Tony Judt, con quien coescribió Pensar el Siglo XX. Taurus, 2012) se muestra como un antídoto frente a lo que otros reputados autores como Jo Guldi y David Armitage (Manifiesto por la Historia. Alianza Editorial, 2016) han definido como “una escasez de pensamiento a largo plazo” en tanto que “los políticos no miran más allá de las siguientes elecciones y la misma cortedad de miras afecta a los consejos directivos de las grandes empresas o a los líderes de las instituciones internacionales”.
Como si de un disparo de sentido común se tratase, cada capítulo-lección del libro se resume en una recomendación que resulta complicado rebatir: “no obedezcas por anticipado”, “defiende las instituciones”, “asume tu responsabilidad por el aspecto del mundo”, “recuerda la ética profesional”, “cree en la verdad”, “investiga”, “mira a los ojos y habla de las cosas cotidianas” o “sé todo lo valiente que puedas”. Estos aparentemente sencillos y sensatos consejos se arropan luego con ejemplos históricos extraídos, entre otros, del régimen soviético, del fascismo italiano o del nazismo alemán.
Resulta extremadamente fácil, nos enseñan los hechos, adaptarse a la cotidiana excepcionalidad consecuencia de una situación aparentemente extraordinaria y grave (como lo fue, por ejemplo, el incendio del Reichstag en 1933) y que deriva en la gestión del terror por quienes forman parte de un régimen que se torna poco a poco en tiranía (entendida, desde la Grecia antigua, como la usurpación del poder o la burla de las leyes llevada a cabo por una sola o por unas pocas personas). Entonces la verdad se diluye y “si nada es verdad, nadie puede criticar al poder, porque no hay ninguna base sobre la que hacerlo. Si nada es verdad, todo es espectáculo. La billetera más grande paga las luces más deslumbrantes”.
Desoír las lecciones del Siglo XX, entiende Snyder, nos habría conducido a caer en la trampa de la “política de la inevitabilidad”, que tiene que ver mucho con el “fin de la historia” proclamado por Fukuyama. Terminaríamos creyendo que los acontecimientos responden a una teleología prefijada, abocándonos sin alternativa posible a una meta predeterminada (y aquí puede leerse: globalización, liberalización, sociedad de mercado, austeridad…)
Sin embargo, apunta el profesor de Yale, otra tiránica falacia nos estaría acechando: la “política de la eternidad” o lo que es lo mismo la manipulada añoranza de un pasado que realmente nunca sucedió. Snyder la ejemplifica con una frase reiterada por Donald Trump en su campaña: “hagamos América grande otra vez”, sin que seamos capaces de definir qué sea ese “otra vez”.
A todo se acostumbra uno: a la pérdida progresiva de derechos (nos dicen que sólo fueron fugaces privilegios), a la devaluación de la democracia (reducida a un zafio y vano espectáculo entre partidos), al nuevo lenguaje político (que zancadillea a la verdad), o, más prosaicamente, a las injerencias del Gobierno en la Justicia.
Es fácil acostumbrarse (o que nos acostumbren) a casi cualquier cosa cuando cada paso hacia la tiranía se presenta como un hecho aislado, desconectado (burlando así nuestra capacidad de análisis histórica) o inevitable.
Por eso, conviene detenerse en las lecciones de la historia: el relato es la vacuna contra los inconexos y constantes golpes que asestan los titulares que compartimos en las redes sociales.