JUSTICIA. EQUIDAD. MANZANAS


Se publica en la revista Nature un reciente estudio llevado a cabo por una docena de profesionales del terreno de la antropológica y la psicológica de, entre otras, las prestigiosas facultades de Boston Yale y Harvard -esas universidades que a cualquiera le gusta citar en un artículo para otorgarle una pátina de rigor intelectual- en donde se concluye que el sentido de la justicia está ínsito en la naturaleza humana y ello sin perjuicio de tener también un cierto componente de construcción sociocultural.


En ese trabajo -dirigido entre otros por la psicóloga Katherine McAuliffe- se asevera que existe una parte más bien natural de la equidad que se desarrolla espontáneamente a partir de los cuatro años de edad en las niñas y niños de casi cualquier sociedad. A esto se le añade otro componente que aparecería más tarde, en torno a los ocho años, y que dependería esencialmente del contexto.


Resulta curioso analizar los experimentos realizados que parten del concepto denominado “aversión a la injusticia”, un sentimiento que puede darse tanto en posición de desventaja como de ventaja. La primera: una persona recibe una manzana y otra cuatro. Si a quien le han adjudicado una sola pieza la rechaza, evitaría la injusticia perdiendo su manzana. Este sentimiento se desarrollaría, según el estudio que se viene comentando, a los cuatro años.


La aversión a la injusticia en posición de ventaja supone partir del supuesto de haber recibido las cuatro manzanas, percibiendo la otra persona sólo una, de tal modo que se rechazaría la situación global por injusta para esta última aun con la sanción que supone perder las tan citadas cuatro manzanas. Este grado superior de justicia se desarrollaría alrededor de los ocho años y en ciertos contextos sociales.


En consecuencia la aversión a la injusticia si bien supone un coste inmediato -perder la/s manzana/s recibidas- envía a la comunidad la señal de que no se está dispuesto a admitir situaciones manifiestamente inicuas.


Por tanto, parecería que la justicia parte de un sentimiento innato sin perjuicio de su posterior desarrollo -o involución- según las diferentes estructuras sociales, políticas, económicas o educativas en las que crezca cada persona.


Da qué pensar. Sin embargo, si se reflexionara sobre la justicia de la mano del pensamiento de filósofo escandinavo Alf Ross -quien afirmó gráficamente que hablar de la justicia es como “dar un puñetazo sobre la mesa”- paradójicamente se podría llegar a la convicción de que estamos ante una expresión de emociones, una idea “irracionable”.


No obstante y partiendo del poso natural que según este estudio palpita en cada persona, la labor de la sociedad se debiera dirigir a pretender una (re-)distribución equitativa de recursos, derechos y obligaciones generando (y aquí hago mío los planteamiento del pensador canadiense Gerald A. Cohen) un ethos –predisposición, voluntad, tendencia y querencia- de la ciudadanía que la encamine a actuar conforme a parámetros de equidad. Más a más cuando la inicial (pre-)distribución de manzanas -o de talentos, o de capacidades humanas, o de riqueza…- no responde necesariamente a criterios de justicia sino a una mera “lotería” (Rawls).


La ardua tarea que nos ocupa pasaría por trabajar para que la capacidad que cada cual tiene de sentir lo injusto cuente con la necesaria arquitectura social, política y económica para progresar con el paso del tiempo, sembrando y cuidando el hábito de actuar rectamente, la costumbre de ser personas justas, convencidas de tal concepción, cooperando por el bien común, repartiendo de manera equitativa los limitados y escasos derechos y obligaciones sociales. 


También, claro está, las manzanas.


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