NO ES CASUAL

 

 

 

Sostiene la historiadora Lynn Hunt la sugerente e inspiradora tesis de que los derechos son fruto de la empatía humana, es decir, de la capacidad que tenemos para comprender la subjetividad de otras personas e imaginar sus experiencias internas como si se tratara de vivencias propias. Ni más ni menos que, como diría el Atticus Finch de “Matar a un ruiseñor”, calzarte los zapatos de los demás y caminar con ellos.

 

Sabemos que la empatía tiene raíces biológicas, por eso no nos resulta ajeno el dolor de unos padres ante la desaparición de un hijo de dos años, o el abrazo de una psicóloga, o la entrega de un bombero, o la dedicación de una guardia civil, o la abnegación de un minero que se juega el tipo para arrancarle a la tierra la paz y la calma que necesitan esos mismos padres.

Ante esa configuración genética que los seres humanos traemos de serie y que nos enorgullece cuando aflora en forma de generosidad, altruismo o solidaridad para hacer frente a las circunstancias más adversas, sorprende que, sin embargo, nos afanemos en construir teorías y en aprobar leyes que se oponen a aquello que verdaderamente somos.

La ciencia económica -también la política o el derecho- ha abrazado las tesis de la elección racional, y se ha encargado de vendernos que lo más inteligente es pensar casi exclusivamente en uno mismo, confeccionando un compendio de motivaciones egoístas para maximizar el propio bienestar. Vivir como si fuéramos empresarios. Evaluar nuestro comportamiento a la luz de una tabla de Excel. La ecuación coste/beneficio como forma de vida. El capitalismo como arte del buen vivir.

No es casual.

En ocasiones, como cantaba Aute, determinada ciencia (aquí la económica o la política) puede ser una estrategia, una forma de atar la verdad.

 

 

Columna leída en HOY POR HOY CÓRDOBA (CADENA SER) el 29/1/19.

 

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